A última hora de la tarde del 4 de septiembre de 1970 Víctor Jara y su esposa Joan abandonaron su hogar, donde habían seguido por radio el escrutinio de las elecciones presidenciales, y se encaminaron felices hacia el corazón de Santiago de Chile, hacia la Alameda. Allí, ante el viejo caserón de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, a los pies del majestuoso cerro Santa Lucía, miles de partidarios de la Unidad Popular festejaban la histórica victoria de su candidato, Salvador Allende. Muchos saludaron la llegada de Joan y Víctor, uno de los principales representantes de la Nueva Canción Chilena y miembro del Comité Central de las Juventudes Comunistas.
“Veo a los dirigentes comunistas Lucho Corvalán y Volodia Teitelboim y luego me doy cuenta de la presencia de Salvador Allende” escribió Joan Jara en su hermoso libro Víctor, un canto inconcluso. “Dentro todo es alegría, abrazos, lágrimas… La gente se empuja para llegar junto a Allende y felicitarle. Me toca el turno. Lo estrecho en lo que considero un desahogado estrujón de oso, pero él me dice: ‘¡Abrázame más fuerte, compañera! ¡Éste no es momento para timideces!' ”.
Y no lo era... Aquella noche, con su ajustada victoria sobre el derechista Jorge Alessandri y el socialcristiano Radomiro Tomic, Salvador Allende (Valparaíso, 1908), médico, masón, marxista, fundador del Partido Socialista en 1933, parlamentario desde 1937, ministro de Salud con el Frente Popular en 1939, tenaz defensor de la unidad programática de la izquierda, amigo de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, impulsor de la “vía chilena al socialismo”, había dejado de ser el “compañero Allende” para convertirse en el “compañero Presidente”.
La Unidad Popular, que agrupaba a comunistas, socialistas, radicales, cristianos de izquierda, socialdemócratas e independientes, propuso al pueblo chileno un programa de profundas transformaciones para superar el subdesarrollo, la injusticia social y la dependencia y avanzar hacia el socialismo. La estatización de la gran minería del cobre, el carbón, el salitre, la siderurgia y la banca, la profunda reforma agraria que erradicó el latifundio y transformó a los campesinos de siervos en ciudadanos, la creación del área de propiedad social con la nacionalización de las principales industrias monopolistas y la participación activa de la clase obrera en su dirección, el notable énfasis en la cultura (con la creación de la inolvidable editorial Quimantú), la educación y la sanidad, la integración de Chile en el Movimiento de Países No Alineados y medidas sociales tan emblemáticas como el reparto de medio litro de leche diario a cada niño fueron parte de la obra del Gobierno de Allende en apenas mil días.
No sin enormes dificultades, aquel proceso revolucionario que cautivó la atención universal avanzaba y logró superar el paro patronal de octubre de 1972, la amenaza de destitución constitucional del Presidente Allende en el caso de una debacle de la UP en las elecciones legislativas de marzo de 1973, el bloqueo de sus iniciativas en el Congreso por la alianza entre la Democracia Cristiana y el Partido Nacional, la movilización de las clases medias en una auténtica cruzada anticomunista, el sabotaje económico, las acciones terroristas de la extrema derecha y la permanente agresión del imperialismo norteamericano. Pero la dimisión de los principales generales constitucionalistas (Prats, Sepúlveda y Pickering) en agosto de 1973 allanó definitivamente el camino a la ominosa traición militar del 11 de septiembre, estimulada por la burguesía y alentada y financiada por Washington desde septiembre de 1970.
Aquel Chile que abrió de par en par las puertas de la Historia, que acarició un futuro de justicia social y democracia, fue destruido por la dictadura, que impuso de manera implacable el modelo neoliberal en todas las esferas de la sociedad. En el umbral de la conmemoración del bicentenario de la independencia, los más recientes estudios confirman que éste es uno de los países donde la brecha entre ricos y pobres es más acentuada y que no cesa de ampliarse, hasta aproximarse a los niveles, por ejemplo, de Haití, consecuencia de unas políticas cuyas coordenadas la Concertación mantuvo inalteradas durante veinte años y que desde el pasado 11 de marzo administra su verdadero padre, una derecha de nuevo tipo, hija de la contrarrevolución pinochetista y sólidamente implantada en el mundo popular.
Lejos, muy lejos, quedan todavía “las grandes alamedas” de las que Allende habló aquella trágica mañana del 11 de septiembre de 1973 desde La Moneda a través de Radio Magallanes. Con la derecha instalada en todas las esferas de poder, una Concertación inmersa en una prolongada crisis de identidad y una izquierda aún demasiado débil, Chile se está quedando al margen de los esperanzadores vientos de cambio que recorren la mayor parte de los países de la región. No obstante, en el empeño por construir un futuro mejor en las tierras que separan el océano de la cordillera andina entre Arica y Punta Arenas, latirá siempre la memoria de Allende y la Unidad Popular, su aspiración a un socialismo democrático y revolucionario.
Porque el desafío actual es idéntico al que Salvador Allende planteó aquella noche inolvidable del 4 de septiembre de 1970, cuando Víctor Jara y Joan le escucharon finalizar su emotivo discurso con unas palabras llenas del afecto sincero y conmovedor con el que siempre se dirigió a los trabajadores: “Esta noche, cuando acaricien a sus hijos cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile y cada vez más justa la vida en nuestra patria…”.
- Mario Amorós es doctor en Historia y periodista. Es autor de Compañero Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo (PUV).
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